En las dos últimas semanas, no sé si son cosas de la edad, mis amigos y yo hemos visitado la friolera de dos veces el karaoke. Dos veces en dos semanas equivale a una vez por semana. Es triste, pero ahora mismo tengo más hábito de karaoke que de gimnasio. Así que, mientras tú levantas pesas y desayunas muesli, nosotros alzamos micrófonos al techo insonorizado de un garito hortera. Lo siento, no somos lo mismo.

Como expertos que ya somos en la materia, hemos analizado esta ciencia sacando así diversas conclusiones sobre esa ciencia llamada karaoke:

En lo que respecta al garito, el sitio debe ser cutre, es decir, cutre para una persona nacida de los años noventa en adelante pero con una decoración «muy de la época» para personas de la edad de mis padres. Además, el local debe ser regentado por un tipo con tatuajes en sus antebrazos y que clarea, porque ese proyecto de calva te hace saber que el tipo lucía melena en sus tiempos mozos.

A la hora de elegir la música tienes que ser consciente de que nadie te conoce allí, o peor, puedes encontrarte a tu tío segundo con los del trabajo, así que lo mejor es que no sepa que tienes el corazón roto. Uno debe cantar canciones de amor, pero nadie debe saber en aquel sitio que la última novia que tuviste se enrolló con el monitor de pádel, aquel argentino tan agradable con el que charlabas al recogerla de clase. Elige temazos de ayer y hoy, pero evita los «Olvídame y pega la vuelta» de Pimpinela o «Lo siento mi amor» de Rocío Jurado. Todos tienen el corazón roto en aquel maldito karaoke, pero no seas el tonto que se lo hace saber a los demás.

Por último, evita el beber de más dentro del garito. En el caso de vivir en una ciudad pequeña como Cádiz, cantar desconsoladamente y abrazo a alguien que no conoces de nada se puede volver en tu contra cuando alguien te salude por la calle como si lo conocieses de toda la vida. Tendrás que hacer memoria, y no te gustará saber que cantaste «Un ramito de violetas» con el tipo que atiende en el mostrador de Correos, ese al que le llevas una vez al mes una chaqueta que ya no te pones y que has vendido en Vinted y ahora te da conversación cada vez que vas. Esa tortura no se la deseo ni a mi peor enemigo.

El karaoke es uno de los mejores sitios a los que puedes ir con amigos si quieres recordar a lo largo de las comidas de navidad anécdotas insuperables, pero ve con moderación. A todos nos gusta el jamón ibérico, pero si lo comes a diario pierde la gracia.


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